30/05/2012 F
Creo que cuando éramos chicos, resultaba más fácil hacer magia. Volveré a esto luego.
Anoche olvidé preparar mi ropa, por lo que tuve que buscar cada artículo individualmente, y esto hizo que llegara a la parada nueve minutos más tarde. Dado que los horarios de colectivo no existen, sino que las unidades se limitan a dar vueltas por la ciudad, siempre salgo bien temprano de casa, por las dudas, y termino esperando el colectivo unos veinte minutos. Hoy lo esperaría menos y nada más, salvo que el escolar que viene acompañándome en silencio por las mañanas no apareció. Hoy mi charco estaba glaceado por un esmalte blanco y duro.
Antes de salir, de todas formas, desayuné mi té con leche, acompañado con un muffin de chocolate, mientras revisaba los clasificados.
“HERRERÍA HEFESTOS”
“¡Genial!”, pensé.
En la garita, para sentir un poco de calor, pensé que acompañaba a mi amigo Hefestos. El yunque sonaba, los fuelles soplaban y el metal resplandecía; pero el frío persistía, y esto no es Grecia: Me encuentro en la fragua de Mim.
Uno de los primeros relatos que he releído era parte de una serie de libros pequeños e ilustrados, hechos en el país en la década de los ochenta. Padre debió comprármelo en una revistería de saldos. Esta colección estaba pensada para lectores jóvenes, pero estaba escrita más que correctamente. Yo tenía el tomo dos, que relataba el origen del protagonista. La serie se llamaba “Gunnar, el vikingo,” y fue mi introducción a la mitología nórdica. Un día, todavía joven, el protagonista va al trabajo (una herrería) e indica que renuncia y que se llevará su espada. Su empleador se la entrega sin decir palabra y continúa trabajando: bastó mirarlo a los ojos para saber que se había vuelto repentinamente un hombre. No recuerdo el nombre de este herrero humano (Mim no lo es, y aparece luego en la historia), pero recuerdo que, una vez solo, se decía “La vida es demasiado complicada para que la entienda un simple herrero como tú.” Gunnar se había enterado, en un sueño, del regalo que le había hecho Odín: Era un guantelete de hierro, tibio al tacto como una mano de hombre.
Creo que cuando éramos chicos - les decía - resultaba más fácil hacer magia. Bastaba que nos gustara un personaje de la televisión para que dijéramos: “Yo soy Tal.” Decíamos “soy”, no “me gusta” o “Tal personaje es mi favorito.” Ahora, la vida es demasiado complicada. Demasiado como para que la entienda un simple, un simple...
Soy Gunnar, Mano de Hierro.
Soy Gunnar, Mano de Hierro.
Soy Gunnar, Mano de Hierro.
Muy cierto.
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