Esta madrugada, el agua se había congelado en los charcos que quedaban en la calle y las veredas.
Espejos apuntando hacia el cielo sin rostro.
Prisiones de las pesadillas designadas para esta noche.
…
Escarcha.
Como todavía no estaba acostumbrado a esto, probé ejercer presión sobre la superficie con mi zapato. Si el charco era pequeño, o poco profundo, el hielo no cejaba. Pero en los demás casos conseguí fracturar la superficie, de hasta un centímetro de espesor. El sonido que producía y las trizas que se formaban me daban la impresión de estar rompiendo placas de vidrio. Cuando un escolar se acercó, abandoné mis actos vandálicos.
Ya en la garita, me pregunté si existiría algún oscuro método de adivinación basado en los dibujos que pueden formarse en el hielo partido bajo nuestra pisada. Sobre el charco al frente mío se formó la silueta de una salamandra, criatura de fuego. De más está decir que me sentí indestructible, incluso después de que otro escolar le aplastara la cabeza, que crujió. Bien. Ahora mis pesadillas son suyas. O mejor: las suyas son mías, para orquestar.
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