Me
dirigía en la bicicleta a mi hora de terapia, no hacía ni calor ni
frío... la brisa casi fresca existía sólo sobre la bicicleta.
Casi
llegaba a la esquina del asfalto... pero antes, ¿qué veo? Un perro de
líneas sutiles, hocico delicado, casi puntiagudo, mirando... un árbol?!
-¿Mirando un árbol????- pensé mientras daba una vuelta más el piñón y casi frenando mi andar.
Sip,
el perro estaba mirando... ¡No! ...No era el árbol! Lo que estaba
mirando con semejante calma y atención. Ese pequeño trecho que recorrí
entre que pensaba qué diantres hacía el perro mirando un árbol y que
volví a mirarlo, ahí se completó la imagen. El perro estaba asistiendo a
un espectáculo magnífico, con sobria atención observaba un gato cuasi
Chatrán (era blanco con manchas grandes color Chatrán) que, se podría
decir, pendía del susodicho árbol!
Parecía
estar asistiendo a un espectáculo real, no se lo veía arrasado por el
deseo incontrolable de destrozar al felino, estaba ahí, a un escaso
metro de él, mirando calmo, sentado como una estatua egipcia, atento...
El
gato estaba prendido de una rama por sus uñas, de ambas patas
delanteras y se balanceaba, evidentemente no deseaba caer frente al can,
aunque no pareciera que aquél deseara eliminarlo... orgullo gatuno,
quizás.
Y
se balanceaba a un lado y otro, lentamente, como calculando hasta eso.
No pude evitarlo, y cuando me dí cuenta estaba riéndome, por supuesto.
Para todo esto ya había llegado a la esquina y debía doblar. Les eché
una última ojeada, sin dejar de reirme sola, y continué mi viaje. Con
una sonrisa enorme -podía sentirlo- en la cara, como una loca de remate.
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