Caminaba
ayer hacia mi sesión. Casi donde ví el (ahora congelado) perro que
observaba al gato, largos metros antes, esta vez había aves. Mencantan
los pajaritos :)
En
la esquina había un par de palomas que, aunque adultas, eran muy
pequeñitas... caminaban sobre la tierra húmeda sin molestarse por mi
pasajera presencia. Más allá un par de gorriones que, casi jugando,
saltaban de un lugar a otro de la calle picando algo, buscando... Y
cerca de la mitad de cuadra un hornero, con su andar gallardo, casi
robótico, se paseaba entre el pasto crecido...
Fueron un remanso curiosamente “previo” a la sesión que me esperaba. Sep, un anacrónico remanso, pero remanso al fin.
Fueron
intensos esos 50 minutos en el diván. No sé si antes me había pasado:
por momentos no miraba nada, ni el techo, ni la ventana, ni ese cuadrito
con ese ocaso perfecto y oscuro... mi vista se relajaba y todo se
volvía turbio.
Casi me encuentro en mis tiempos. Mis tiempos para pensar, mis tiempos para estudiar, mis tiempos para entenderme... y para crecer.
El
retorno de allá fue lento, literal y figurativamente. Caminar resultó
muy adecuado. No quise auriculares y música... quise seguir pensando.
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