Luego de lidiar con menesteres del trabajo salgo a caminar en una ciudad en la que el sol se quedó dormido. Camino y recuerdo que debo hacer un tramite que me obliga a tener que molestar a alguien más al mismo tiempo que me doy cuenta que estoy cerca de una persona a la que hace años no veo, de paso le pediré su ayuda.
Esta persona en particular es un viejo conocido mio, puntualmente una persona de mi infancia. Con vergüenza reconozco que no recuerdo su nombre porque para mí el siempre fue "Papulo", que aparentemente fue el apodo que le puse de niño, y su esposa era "Mamula" una señora que recuerdo siempre en su silla de ruedas (a causa de un accidente de transito), con una gran sonrisa y abrazos para mí. Ambos vivían con sus 2 hijas a la vuelta de la casa en la cual viví hasta los 5 años. Solía pasar mucho tiempo con ellos y para mí ellos eran familia. Abuelos y tías que quise con la intensidad y genuinidad que los niños quieren. Sé que alguna que otra vez me retaron pero lo que más recuerdo es que me hacían sentir muy querido con sus sonrisas y pasando tiempo conmigo. Ademas eran victimas a las que les comía toda la miga del pan dejándoles solamente la corteza o fingiendo dolores de cabeza por que me gustaba la aspirineta para niños entre otras travesuras.
Aunque sé donde viven el contacto con ellos lo perdí incluso al volver a la ciudad. Yo ya era un adolescente y era un extraño para ellos tanto quizás como ellos para mí. Mamula había fallecido (la primer muerte que me dolió en la vida) hace años y solo 2 veces visité a Papulo con su nueva esposa, unas visitas algo extrañas por que salvo el cariño con que lo recuerdo casi nada sé de él a excepción de lo que mi padre me pueda contar. Desde la última visita pasaron unos 8 años quizás, y en ese ínterin mi madre falleció, lo cual seguramente le tendré que contar.
La nueva esposa de Papulo me hizo pasar a la habitación donde él aún se estaba levantando, lo cual apresuró con mi llegada y me hizo recostar en su cama dado que no había sillas. Me detengo en el hecho de que tengan dos camas de una plaza en vez de una de dos plazas. Me llama la atención como aún me trata como a un niño, pero en el buen sentido, en el sentido de excesivo cuidado y afecto. Si me acercara a su rostro para ver sus ojos quizás lograría verme reflejados en ellos como el niño de 3 años que solía llevar en sus hombros a "cocochito". Me alcanza un vaso con casi nada de agua para tomar, me parece que lo sacó de la cocina sin fijarse bien, es más, luego de beberlo temo que haya estado recién lavado y con algo de detergente en el liquido semi amargo que acabo de tomar. No comenté nada y sonreí. Escucho la voz de la esposa diciendo que ya me traerá un vaso de agua.
Le cuento del tramite y me responde que no tiene ningún inconveniente en ayudarme. Luego, más rápido de lo que esperaba ya estoy hablando de mi madre.
- Debo decirle que falleció mi madre.
-Nuuhh, ¿que le paso? - Lo dijo con ese lamento que he visto ya en gente de la 3ra edad al enterarse que personas mucho mas jóvenes que ellos mueren, casi hasta con cierta culpa por que ellos siguen viviendo y los (para ellos) jóvenes ya no.
- El corazón. - De nuevo aparece ese odioso nudo en mi garganta que entorpece mi hablar y me cuesta tanto disimular. - Tenía problemas de salud que se fueron complicando y acumulando, y bueno... como que su corazón estuvo por demás exigido... y llegó un momento que no dio más, como un motor que deja de funcionar.
Papulo bajó la mirada con la frente inundada de tristeza.
- Que macana che, pobre Victoria.
Como para no ahondar en detalles ya que los detalles posiblemente acarrearían lágrimas el anciano decidió cambiar de tema torpe y abruptamente, algo característico en hombres que no sabemos lidiar bien con cuestiones emocionales. Me cuenta de una cocina que está reparando y yo le cuento sobre como el horno de mi cocina no funciona correctamente. Luego cambia de tema abruptamente otra vez, para mostrarme fotos de mi niñez. Fotos en las cuales apenas me reconozco, estoy jugando al aire libre, vistiendo colores que luego aborreceré, andando en un pequeño karting como si no le debiera nada a nadie (claro, no le debía nada a nadie).
-La verdad que siempre fui un hombre muy aburrido, no sé como hacías para divertirte tanto cuando estabas conmigo.
-Si debo juzgar por las fotos parece que usted hacia un buen trabajo en entretenerme. Me gustaría tener copias de estas fotos.
-Ah, pero te las puedo enviar por e-mail si querés. - dijo mi hermana mayor.
Por lo visto ella estaba escuchando la conversación y yo ni idea tenía de que estaba presente.
-Bueno, sería muy bueno.
Ella empieza a hablar algo con Papulo mientras yo repaso las fotos, a los pocos segundos entra mi madre y empieza a acomodar un poco la habitación, muy a diferente a mí en ese aspecto ella no puede estar quieta y siempre busca algo para hacer. Pero de pronto algo no tiene sentido, ¿que hace ella acá si hace minutos nada mas le dije a Papulo que había fallecido? ¿Entonces era alguien mas? ¡No! Lo recuerdo bien... fue ella, no estoy loco. Recuerdo verla sin vida, el último beso que le di, elegir su féretro, ver a mi padre llorar por segunda vez en mi vida y la mañana de la cremación. ¿Qué está pasando? La habitación se llenó de silencio, los demás se quedaron quietos observándola. Fueron apenas segundos que se sintieron como si el tiempo se hubiese detenido.
El desconcierto desapareció para darle lugar a la tristeza. Quería tocarla, pero temí que eso la hiciera desaparecer así que (no se por qué) me posicioné entre mi hermana y Papulo, tomé sus manos y empecé a elegir cuidadosamente las palabras que le diría a mi madre como si la "comunicación" se pudiese cortar en cualquier momento, ella a todo esto había dejado de acomodar y me estaba observando.
- Se te extraña, Mamá.
- ¿Sí? - Respondió ella conmovida, mezcla de alegría de que no la olvidamos con pena por no estar y el dolor que eso causa.
-Sí. La vida es más fea sin vos.
Y todo terminó, me desperté. No fue el despertador, sencillamente desperté. Revisé mis ojos por si había llorado dormido, estaban secos, pero no por mucho tiempo.
Desde su muerte he soñado ya incontables veces con mi madre, mayormente viva como si nada hubiese pasado, otras veces la menciono como fallecida, siempre de manera alternada. Jamás soñé tanto con nadie ni creo que lo haga, no pasa semana sin que ella haga alguna incursión en mis sueños. Pero nunca me afectaron tanto como esta vez, esta vez sabía que había fallecido y la tenia en frente mio. Esto me da una idea de lo que debe experimentar mi padre. Saberlo y experimentarlo son dos cuestiones tan distintas.
Aunque pueda llegar a parecer triste me gusta soñar con mi madre, por que en ese momento es real en ese momento ella está ahí, en ese momento corrijo la realidad y tengo tiempo extra con ella. Luego despertaré... pero en ese momento fue real. Otra ya no me queda, al ser ateo no tengo la posibilidad del reencuentro en el cielo, quizás esa idea sea una de los pocos beneficios de ser creyente, como cuando de niño me dijeron que una estrella en el cielo era Mamula, recuerdo lo reconfortante que eso fue, a pesar de que ya a esa edad sentía que en el fondo no era verdad.
Por otra parte, siempre pensé que no tuve buenos abuelos. Ambos abuelos fallecieron antes que pudiera conocerlos, un abuelastro que es/era (no sé si estará vivo) la nada misma, una abuela que nunca me quiso y la otra que un poco me quiere/quería pero no era muy buena demostrando afecto, pero sí que sabía demostrar enojo como cuando me corrió con un látigo (no, no es broma y sí, es gracioso... si no eres el perseguido). La mejor estrategia es correr y hacer giros de 90° cada vez que la persona que tiene el látigo alza el brazo además de intentar que en el medio haya objetos que obstaculicen la trayectoria del látigo. De nada. Volviendo al tema de los buenos abuelos me dí cuenta que sí los tuve (aunque más no sea hasta los 5 años) y fueron Mamula y Papulo. Estaré eternamente agradecido a ellos por aportar felicidad a mi niñez, y visitaré a Papulo y a sus hijas para decirles eso.
Con respecto a esto ultimo llegué a la conclusión de que aveces nos confundimos y creemos que no tenemos suerte por que las cosas simplemente no se dan como queremos o como las tenemos idealizadas. Si dejamos de dar las cosas buenas por sentadas sabremos apreciar todo un poco mejor. Me parece.